Cuentame un cuento

¿Cuántas veces nos ha ocurrido que al final del día, cuando ya creemos que nuestro hijo se irá a dormir, nos pide que le contemos un cuento?

Probablemente recordemos en ese momento el inmenso mundo de fantasías al que accedíamos escuchando las historias narradas por nuestros padres, y no desearíamos privar a nuestros hijos de ese placer.

La importancia de esta práctica, que ha sido realizada de modo intuitivo a través de generaciones, ha sido confirmada en las últimas décadas por estudios que se han centrado en el positivo impacto que tiene el cuento infantil sobre el despliegue de diversas áreas del desarrollo.

En primer lugar, cuando un padre se acerca a su hijo para leerle un cuento, comparte con él un rico momento de intimidad e intercambio afectivo. El niño percibe en ese instante que todas las prioridades del mundo de los adultos se postergan, y que él es el verdadero protagonista y receptor de la atención y el cariño de su padre.

En segundo lugar, la narración de cuentos provee a los padres de una oportunidad de dramatizar y transmitir mensajes particulares sobre contenidos emocionales y sobre valores y conductas a sus hijos.

El niño podrá entender esta forma de comunicación como un acercamiento del adulto a su lenguaje y a sus necesidades, compartiendo junto con él la alegría que le provoca el cuento.

En tercer lugar, la mayor parte de los cuentos, sobre todo los tradicionales como Caperucita Roja, Pulgarcito o Hansel y Gretel, permiten que el niño vea proyectados en ellos sus propios miedos y conflictos. Concluyen con una solución, con un final feliz que libera del miedo: el pequeño ser, resuelve sus dificultades. El orden se restablece, el niño se siente de nuevo seguro y satisfecho. Cuando el niño es pequeño, conviene que estos cuentos sean narrados por un adulto muy próximo. Su presencia y mediación lo tranquilizan y hacen tolerable la angustia que el relato pueda generar.

En cuarto lugar, los cuentos estimulan la fantasía de los niños. A través de ellos son capaces de imaginar realidades distintas a las propias, conocer seres poco convencionales, transgredir los códigos y pautas establecidas. Poco a poco se animan a crear sus propias aventuras y personajes, contribuyendo esta práctica a reforzar su libertad creativa y su autoestima.

Por último, el hábito de narrar o leer cuentos a los niños, desarrolla en ellos importantes habilidades del lenguaje y del conocimiento que le permitirán construir una sólida base para su experiencia escolar. Ejemplo de ello son la capacidad de contarnos algo que les ha sucedido en torno a un hilo conductor o tema central y con ello conferir coherencia al relato; la habilidad para secuenciar eventos en el tiempo (qué sucedió primero, qué después); la facultad de establecer relaciones de causa y efecto, y la adquisición de un lenguaje rico y complejo.

Algunas sugerenciaspara formar niños lectores

  • Crear un hábito de lectura. Hacerlo todos los días y en el mismo momento del día. Las horas que preceden al sueño suelen ser las ideales.

  • Que el niño sienta que la fracción de tiempo destinada a la lectura es importante en sí misma. No es bueno compartirla con otras actividades.
  • Disfrutar con él de ese momento mágico, y transmitirle esa experiencia de goce.
  • Seleccionar los cuentos en función de la edad e intereses de nuestro hijo. En la mayoría de los libros está indicada la edad recomendada de sus lectores.
  • Darle la posibilidad al niño de elegir qué historia quiere que le sea leída o narrada.
  • Procurar que se identifique con los personajes, permitirle que interrumpa la narración para preguntar o comentar algo, crear intriga, dejarle que cuente el final.
  • Enseñar con el ejemplo. Es mucho más fácil que se aficione a la lectura el niño que ve a sus padres leer, y en cuya casa hay libros.

BIBLIOGRAFÍA:

Julio Enrique Correa, “El cuento narrado como objeto transicional activado”, Terapia Familiar, vol. 5, n 9, Buenos Aires, diciembre 1982, pp. 147-162.

• Luciano Montero, La aventura de crecer, Buenos Aires, Planeta, 1999. Por último, el hábito de narrar o leer cuentos a los niños, desarrolla en ellos importantes habilidades del lenguaje y del conocimiento que le permitirán construir una sólida base para su experiencia escolar. Ejemplo de ello son la capacidad de contarnos algo que les ha sucedido en torno a un hilo conductor o tema central y con ello conferir coherencia al relato; la habilidad para secuenciar eventos en el tiempo (qué sucedió primero, qué después); la facultad de establecer relaciones de causa y efecto, y la adquisición de un lenguaje rico y complejo.


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