Desde que el psicólogo Daniel Goleman popularizó el concepto de Inteligencia Emocional, muchas familias y escuelas han tomado conciencia del papel determinante que tienen las emociones en la vida cotidiana y en la forma de relacionarnos. El término, en todo caso, no era nuevo: ya había sido planteado con anterioridad por el psicólogo Wayne Payne, y confluye con la visión de Howard Gardner y sus inteligencias múltiples, que abrió una perspectiva educativa más amplia y ajustada a la realidad humana.
En este contexto, fomentar e inculcar en nuestros niños la Inteligencia Emocional (IE) es una inversión para su presente y su futuro. En Madres Hoy te ofrecemos una guía completa con claves, actividades y respuestas prácticas para que puedas educar en emociones desde casa y en coordinación con la escuela.
La importancia de educar en emociones

Muchas familias se preguntan: ¿Por qué es importante educar a mis hijos en Inteligencia Emocional? Es clave porque educar no es solo transmitir contenidos, también es enseñar a vivir con equilibrio, a cultivar vínculos sanos y a tomar mejores decisiones. Una buena IE ayuda a los niños a identificar qué sienten, a regular sus reacciones y a entender a los demás.
Reflexiona un momento en estas ideas y verás por qué merece la pena:
- La educación no se limita a aprender a andar, a hablar o a memorizar datos. Educar es enseñar a vivir: a buscar la felicidad y a contribuir al bienestar de quienes nos rodean.
- La gestión emocional es clave en el día a día del niño. Puedes enseñarle que la tristeza o la frustración no se alivian con rabia; que llorar también libera; que comunicar con palabras lo que le ocurre es sano; y que ponerse en el lugar del otro es practicar la empatía.
En muchos entornos escolares, la IE va ganando peso, aunque todavía queda camino para integrarla de forma transversal en todas las etapas. La alfabetización emocional puede iniciarse desde los 3-4 años con actividades adaptadas, y cobra un papel decisivo en la adolescencia, cuando los chicos afianzan su identidad y afrontan conflictos internos y sociales.
Entre los beneficios más citados al educar en emociones destacan:
- Relaciones de mayor calidad: la empatía facilita vínculos sólidos y duraderos.
- Mayor solidaridad: al comprender al otro, crece el deseo de ayudar.
- Mejor rendimiento académico: una IE sólida favorece la atención, la salud y los hábitos de estudio.
- Imagen social positiva: los niños que entienden y expresan bien sus emociones proyectan confianza y respeto.
- Autoestima fortalecida: al identificar y comprender lo que sentimos, evitamos que las emociones difíciles tomen el control.
Los pilares básicos sobre los que se asienta la Inteligencia Emocional son ocho; lejos de ser rasgos fijos, maduran con la experiencia. Por eso conviene inculcarlos cuanto antes:
- Comprensión
- Expresión emocional propia y de los demás
- Habilidades sociales
- Empatía
- Asertividad
- Autoestima
- Autoconcepto
- Autonomía
¿Qué es la inteligencia emocional y cuáles son sus componentes?
La Inteligencia Emocional se entiende como la capacidad de reconocer, comprender y gestionar las emociones propias y ajenas. No sustituye al conocimiento académico, lo complementa con habilidades que marcan la diferencia en la vida personal y profesional. Entre sus componentes esenciales se incluyen:
- Autoconciencia emocional: saber qué siento y cómo influye en mi conducta.
- Autorregulación: gestionar mis reacciones sin reprimir ni dejar que me dominen.
- Automotivación: activar los recursos internos para perseverar desde una mirada positiva.
- Empatía: comprender las emociones de otros a través de palabras, gestos y silencios.
- Habilidades sociales: comunicarse con respeto, colaborar y resolver conflictos.
La investigación psicológica muestra, en contextos muy diversos, que la IE explica una parte notable del desempeño y del bienestar. En estudios con directivos y con deportistas retirados, por ejemplo, se ha observado que la IE puede explicar más de la mitad de las diferencias entre trayectorias exitosas y otras más complicadas. No es una varita mágica, pero sí un factor decisivo que fortalece la autoestima y la adaptación.

Veamos ahora 4 claves para educar en Inteligencia Emocional (IE) y cómo enriquecerlas con actividades y rutinas sencillas.
1. Trabajar en las emociones básicas
Las emociones básicas o primarias son la alegría, el miedo, la rabia y la tristeza. ¿Cuándo empezar a identificarlas y a gestionarlas? Como madres y padres debemos tener claro que la educación emocional comienza desde el primer día. Rutinas de sueño y alimentación, cuidados constantes y gestos de cariño ya son educación.
Desde que coges a tu hijo en brazos y lo meces, le das los valores más poderosos: amor y seguridad. A medida que crece, verás “explosiones” de esas emociones. Enséñale a nombrarlas, a distinguir cómo se sienten en el cuerpo y a reconocerlas en los demás.
No dudes en preguntar a tu hijo cómo se siente y ayúdale a diferenciar rabia y tristeza. A veces la ira encubre una carencia o una decepción que duele. Propón que lo explique con palabras o con dibujos, y añade escalas sencillas del 1 al 5 para medir la intensidad.
Recuerda una idea clave: no hay emociones “buenas” o “malas”; todas son válidas y aportan información. Lo importante es la adecuación de la respuesta según el contexto. Puedes entrenar estrategias de calma como respirar profundo, contar hasta diez o tomarse un tiempo antes de responder.
2. Me pongo en los zapatos de los demás
La empatía es un ejercicio que debe ser cotidiano. No basta con reconocer lo que siento; también conviene leer las emociones ajenas. La empatía es un pilar de la convivencia: fomenta la comprensión, el respeto y la unión.
- Identificar en otros emociones que yo mismo experimento fortalece el vínculo y el respeto por quienes me rodean.
- Haz preguntas que despierten su curiosidad por lo que sienten los demás: “¿Cómo viste hoy a los abuelos? ¿Crees que estaban felices o cansados?” o “¿Cómo crees que se sintió tu amigo cuando no lo invitaron?”.
- Predica con el ejemplo: trabaja tu propia empatía en casa (tono de voz, paciencia, escucha) y ayúdale a identificar sus emociones, paso previo para reconocerlas en otros.
- Juega a “leer” emociones bajando el volumen de la TV para fijarse en gestos y lenguaje corporal, una práctica divertida y muy útil.
3. Aprendemos a querernos
Enseñar a un niño a valorarse y a quererse es tan importante como el alimento. La autoestima sostiene el bienestar y la madurez, y será el motor con el que enfrentará el mundo. Se cultiva día a día con seguridad y confianza.
- Usa frases de aliento: “lo vas a conseguir”, “te mereces lo mejor”, “si lo intentas de nuevo, saldrá mejor”. Evita la alabanza vacía: céntrate en el esfuerzo y la mejora, no solo en el resultado.
- Reconoce logros grandes y pequeños con refuerzos significativos (elegir el postre, compartir el logro con la familia) y guía en los fracasos con estrategias de aprendizaje.
- Promueve la autonomía: que tomen decisiones acordes a su edad y asuman responsabilidades, sabiendo que cuentan con tu apoyo.
4. Expreso lo que siento, y sé escucharte
No dejes que lleguen a la adolescencia convertidos en jóvenes herméticos que no expresan lo que sienten. Entrena desde pequeños un diálogo constante, ameno y respetuoso.
- No sanciones ni ridiculices lo que dicen. Si sienten que sus palabras serán juzgadas, dejarán de comunicarse.
- Practica la escucha activa: atención plena, contacto visual y preguntas que ayuden a aclarar. Enséñales a esperar turnos y a respetar la opinión ajena.
- Trabaja un lenguaje emocional claro: “me siento X cuando pasa Y y necesito Z”. Ayuda a canalizar la ira con pausas, respiración o movimiento físico.
- Crea espacios de diálogo “a ras de suelo” (tipo asamblea) para hablar, escuchar, imitar y construir conciencia de grupo.
Actividades y juegos prácticos para entrenar la IE
Con juegos y dinámicas sencillas puedes convertir el hogar en un laboratorio emocional divertido. Aquí tienes propuestas que funcionan en diferentes edades:
- Juegos con el espejo y reconocimiento facial: identificar expresiones en fotos y rostros; imitar la cara y completar la frase “Yo también me siento… cuando…”.
- Cuentos e historias: tras la lectura, pregunta qué sienten los personajes y cómo se resolverían los conflictos; relaciona emociones con colores o metáforas.
- Leer emociones en series: baja el volumen y adivinad qué sienten según gestos y postura; así entrenan la empatía no verbal.
- Juegos cooperativos: fomentar metas comunes y sentido de pertenencia; mejoran habilidades sociales y autoestima.
- Aulas con movimiento o actividades físicas: el cuerpo ayuda a regular la activación, útil para niños con predominio kinestésico.
- Apps sobre emociones (uso moderado y supervisado): sirven como apoyo para identificar estados y conversar sobre ellos.
- Asambleas familiares: breves reuniones para compartir cómo nos fue, qué nos alegró o preocupó y qué acuerdos necesitamos.
- Relajación y atención: 10 minutos de respiración, escaneo corporal o visualizaciones para entrenar la autoregulación.
- Comunicación alentadora: centra el refuerzo en el proceso (esfuerzo, estrategia) más que en el éxito final.
- Explorar causas y no solo consecuencias: en vez de castigar por la conducta, investiga con el niño el porqué y co-cread alternativas.
- Empatía y asertividad desde infantil: modelar que las emociones se contagian y que se pueden expresar sin dañar.
- Límites con sensibilidad: marco claro y afectuoso; saber hasta dónde se puede llegar aporta seguridad.
- Consecuencias naturales: permite que el niño experimente resultados lógicos de sus actos (“si el balón se queda en el tejado, habrá que esperar para seguir jugando”).
- Ayudar a otros: tareas solidarias, pequeños encargos o cuidar de una mascota enseñan a priorizar necesidades ajenas.

Cómo acompañar desde la escuela y el apoyo profesional
Consulta si el colegio ofrece programas de aprendizaje socioemocional (SEL) o espacios tutorizados de convivencia (como “almuerzos con compañeros”). Estas iniciativas fortalecen la cohesión del grupo y enseñan estrategias de comunicación. Una coordinación fluida entre familia y escuela es esencial para alinear expectativas y responder de forma coherente.
Si detectas dificultades persistentes para identificar, expresar o regular emociones, puede ser útil contar con terapia individual o grupal de habilidades sociales. Los profesionales ayudan a construir un vocabulario emocional y a entrenar herramientas en un entorno seguro. Para niños que piensan y aprenden de forma diferente, la IE aporta recursos para enfrentar retos académicos y sociales.
Un recurso interesante es acercar a los niños, con un lenguaje sencillo, a la idea del cerebro triuno (Paul MacLean): entender que tenemos una parte más reactiva, otra emocional y otra más racional ayuda a poner nombre a sensaciones de bienestar o malestar y a elegir mejor la respuesta.
Consejos adicionales basados en evidencias y experiencia
Diversas investigaciones en educación y psicología han mostrado que la IE correlaciona con trayectorias laborales más estables y vidas personales más saludables. En distintas muestras de directivos y deportistas retirados se observó que los componentes de la IE explicaban una proporción muy relevante del éxito y del ajuste psicosocial. Estos hallazgos refuerzan la conveniencia de entrenarla desde la infancia.
Recomendaciones prácticas para madres y padres, útiles desde edades tempranas:
- Permitir sentir: no silencies el llanto o la tristeza; acompaña y explora la causa.
- Medir intensidad: usa escalas (“poco, medio, mucho”) para calibrar el estado emocional.
- Generar empatía: comparte tus propias experiencias emocionales adaptadas a su edad.
- Reforzar autoestima: aliento, reconocimiento del progreso y afecto incondicional.
- Fomentar decisiones: opciones adecuadas a la edad y responsabilidades que construyan autonomía.
Cómo enseñar IE en casa y en la escuela: un plan paso a paso
Además de las 4 claves, puedes seguir este enfoque práctico y progresivo:
- Autoconocimiento: que aprendan a identificar emociones con su nombre (“enojo”, “tristeza”, “celos”) y a explicar el porqué.
- Autorregulación de la rabia y la frustración: pensar antes de actuar; pausas, respiración y tiempos fuera con sentido.
- Automotivación: reconocer logros, gestionar fracasos y perseverar con apoyo.
- Jugar para aprender: dibujar caras de emociones, buscar imágenes y preguntar qué sienten; método lúdico y eficaz.
- Empatía aplicada: ponerse en el lugar del otro, analizar gestos, silencios y el contexto.
- Reflexión sobre reacciones pasadas: valorar cuándo se actuó de forma constructiva y qué se puede mejorar.
- Formular estrategias nuevas: acordar alternativas concretas ante retos frecuentes (ruido, enfado, turnos).
- Oportunidades de ayuda: pequeñas tareas solidarias en familia o comunidad para entrenar la consideración por otros.
Ventajas a largo plazo y en la vida adulta
Adquirir competencias emocionales desde la niñez favorece habilidades clave para el futuro: trabajo en equipo, manejo de la frustración, tolerancia, compromiso con proyectos a medio y largo plazo, mejores relaciones personales y estrategias asertivas para resolver problemas. De adultos, todavía es posible mejorar:
- Reconocer emociones mixtas en cada situación y aceptar su complejidad.
- Ser conscientes de las repercusiones de no regularnos (gritos, palabras que hieren).
- Practicar un lenguaje emocional claro y respetuoso.
- Respetar las emociones ajenas aunque no las compartamos.
- Mejorar la comunicación receptiva y expresiva: escuchar con precisión y responder con empatía.
Errores comunes que conviene evitar
Hay tropiezos frecuentes que sabotean el aprendizaje emocional y que podemos prevenir:
- Invalidar emociones (“no llores”, “no es para tanto”): resta seguridad y dificulta el autoconocimiento.
- Castigar por expresar: enseña a ocultar, no a regular.
- Sobreproteger: impide experimentar consecuencias naturales y aprender.
- Alabar solo resultados: devalúa el proceso y el esfuerzo.
- Incoherencia adulta: modela con tu ejemplo lo que quieres ver en tus hijos.
- Ausencia de límites: sin marco claro, la seguridad y la regulación se resienten.
Fomenta una educación basada en emociones en tus niños desde el primer momento y en cada instante de su vida. Con ello, contribuirás a formar adultos más autónomos y empáticos, capaces de construir relaciones sanas y de cuidar de sí mismos y de los demás. Para lograrlo, recuerda que tu ejemplo es la herramienta más poderosa: educa también tu propia Inteligencia Emocional y verás cómo se multiplica en tus hijos.

