A propósito del colecho: pese a las falsas informaciones, sigue siendo muy saludable

Colecho

El domingo se emitió en Onda Cero, un programa llamado “Te doy mi palabra”, y dirigido por Isabel Gemio. Dentro de su espacio de salud, la presentadora entrevistó a una psicóloga clínica. El tema tratado fueron supuestos trastornos del sueño infantil del tipo ‘no querer dormirse solo’, ‘despertarse de noche y meterse en la cama de sus padres’. Y aquí encontramos el primer fallo, porque si caemos en el error de aceptar que los niños tienen problemas por necesitar compañía durante la noche, negamos que la sociedad no está hecha para ellos, y que en nuestro empeño por controlarlo todo, hemos sustituido la presencia de los padres por chupetes, y el contacto físico por cunas. No quiero decir con esto que ahora debamos tirar todos los objetos inventados recientemente, que separan a los bebés de sus padres, pero es de sentido común que si yo no quiero dormir sola por las noches, un bebé aún menos, porque acaba de llegar al mundo y se siente inseguro,… incluso con el paso de los años.

Una de las cosas que te regala la maternidad es comprobar la diversidad existente en la crianza y educación de los hijos, y aceptar que no todos somos iguales; aunque la verdad es que, me gustaría que la diferencia incluyera un mínimo de respeto por los más pequeños. Y ese respeto es el que falló en los consejos que se ofrecieron a los padres en el transcurso de dicho programa; durante el que (con sorna añadida) se sugería que el hecho de que un niño duerma con sus padres es una situación extrema, o (en respuesta a una consulta), la presentadora se compadecía de una madre diciendo “pobrecita mía”. En mi opinión un medio de información público no debería provocar esa confusión en las madres y los padres recientes, ofreciendo recomendaciones – en este caso sobre el colecho – alejadas no solo del sentido común y de la sensatez; sino de las necesidades de los bebés que, no olvidamos, son unos seres muy vulnerables.

Nos cuenta Rosa Jové en Crianza Natural que el sueño es un proceso evolutivo, y que los niños acaban adquiriendo el dominio de los microdespertares y durmiendo del tirón, pero hay que darles tiempo porque estadísticamente no es frecuente que eso ocurra a los seis meses. Los bebés no pueden aprender a dormir porque es algo que acabarán haciendo solos (como comer con sus propias manos y caminar), y aquellos que han sido adiestrados (disculpad el término) mediante alguna técnica de las que tanto se prodigan, simplemente siguen el patrón para el que han sido entrenados, sin que nadie tenga en cuenta lo que necesitan de forma primaria.

Pero volvamos al colecho: la idea de que los bebés deben dormir solos (incluso desde los 3 / 4 meses como se aseguró en el programa), además de ser aberrante, resulta ser un invento convertido en costumbre hará cuestión de siglo y medio. Como se puede entender, ese tiempo es irrisorio comparado con la historia de la Humanidad. En el maravilloso Debate Científico sobre el sueño infantil, encontramos que los humanos, desde que lo somos (y no solo porque lo somos, sino porque formamos parte del orden de los primates) han dormido siendo pequeños en compañía de los cuidadores. Hay veces en que la normalidad se opone a la naturalidad, y desde luego teniendo como tenemos este comportamiento (buscar cercanía / proporcionar protección) grabado en el instinto, parece insensato hacer lo contrario, solo porque a no se qué experto (bueno, sí se de quien hablo, pero no es objeto de este post) se le ocurra que quiere vender libros con información falsa o como mínimo sesgada; y digo esto porque en el programa que menciono, Isabel Gemio alabó la forma en la que dicho libro basado en una de esas técnicas que me causan repulsión, le había ayudado en la crianza de sus hijos.

Colecho, ¿los niños se acostumbran?

No se trata tanto de que se acostumbren, sino que lo necesitan, lo otro es ‘obligarles’ a comportarse de una forma para la que no están preparados. Fue M. McKenna, quien demostró que las constantes vitales de los bebés se sincronizan con las de sus cuidadores al dormir juntos; pero además, hay evidencias de que disminuye la incidencia del Síndrome de Muerte Súbita, siempre que se coleche de forma segura. Por otra parte, colechar ha servido y sirve también para procurar sustento a los bebés durante la noche.

Así pues, partiendo de la base de que no se trata exactamente de que se acostumbren, creo que no es necesario que nos preocupemos excesivamente, es más: tal y como habéis leído alguna vez, llega un momento en que es el niño quien pide intimidad, y desde luego es de sabios desoír todos los prejuicios en forma de frases malintencionadas; como por ejemplo ‘¿ah pero…. aún duerme con vosotros?, ¡a ver si llega a la Universidad y necesita aún ir a la cama de sus padres! Te aconsejo que no des crédito a esas afirmaciones, pues no son más que provocaciones, y lo único que conseguirás es sentirte mal.

Es nuestra cultura occidental la que ha inventado ‘separar’ a los bebés (por la noche, por el día, utilizando artilugios, delegando en brazos ajenos…) de sus figuras de apego, así que es fácil llegar a la conclusión de que si en otros lugares del mundo, los niños crecen y se independizan sin necesitar a sus madres (y muchos comportándose como adultos mucho antes de los 18 años), no existe ningún peligro en el colecho, ¿o si?

Finalizo dándole la razón a María Berrozpe cuando afirma que efectivamente el colecho tiene un peligro: y es que con el paso del tiempo el niño ya no te necesita, y como padres / madres necesitaremos algunos pocos días para adaptarnos a la nueva situación no sin una punzada de tristeza en el corazón, porque claro, empiezan independizándose de la cama, y acaban yéndose de casa, como es natural y deseable. Desde ese punto de vista, no me arrepiento en absoluto de haber colechado y – es más – preferiré que mis hijos sean de los que se van a los 20, porque estarán dando muestras de salud emocional y de haber alcanzado una autonomía personal más que necesaria en los tiempos que corren. No es necesario quemar etapas: querer quitarles el pañal a los 18 meses, que sepan leer a los 3 años, o mandarles a un campamento a los 4 (digo que no es necesario, no estoy juzgando), porque al final todos acabarán haciéndose mayores, eso sí: prefiero que los bebés y niños pequeños tengan el apego necesario en los primeros años de sus vidas, así después podrán despegarse con mayor seguridad.

Y por cierto, seguro que algún lector avispado advierte que no me meto en la falsa idea de que el colecho resta intimidad a la pareja, si alguien quiere puede dejar algún comentario al respecto, por mi parte, no merece la pena ahondar en algo tan superficial

Acabo como he empezado: hablando sobre el programa de marras, les faltó (como no) recomendar el famoso cuento del conejito, del que ya hemos hablado aquí, y sobre el que debo añadir una actualización que veréis en breve en la entrada correspondiente. Recordad esto: los trastornos del sueño infantil existen, pero querer estar con los padres no lo es.

Imagen — Kelly Sue


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