Las investigaciones durante los últimos 15 años muestran cómo se ha ido incrementado el número de enfermedades y trastornos mentales durante la infancia.
Según la terapeuta Victoria Prooday, uno de cada cinco niños sufre problemas de salud mental. El Trastorno por Déficit de Atención (TDAH) ha aumentado un 43%, mientras que la depresión en adolescentes ha subido un 37% y la tasa de suicidios en niños de 10 a 14 años ha crecido un 200%.
Estos datos demuestran que contrariamente a lo que se piensa, la infancia no es una época dorada libre de sufrimiento sino que es una etapa de gran vulnerabilidad.
Tanto en adultos como en niños, la salud mental y la salud emocional requieren la misma atención y cuidados que la salud física. Especialmente durante la infancia y la adolescencia por ser periodos críticos en el desarrollo de la persona. Las experiencias vividas en estas etapas marcan y determinan la personalidad del individuo.
Como padres y madres, nuestro papel es fundamental.
Ya desde las primeras semanas de vida, las madres y padres actuamos como reguladores de las emociones de nuestros hijos. Con nuestra ayuda, nuestros hijos aprenderán a identificar lo que sienten y a poder expresarlo sin dañar a nadie, ni a sí mismo ni a otro. Permitir la expresión de cualquier emoción, sin catalogarla como positiva o negativa ya que las emociones, simplemente son, contribuirá a una buena salud emocional y mental.
Una necesidad básica en niños y adolescentes es contar con la presencia de sus progenitores. No solo tienen que estar presentes físicamente, sino que los padres y madres deben estar emocionalmente disponibles.
Lamentablemente esto no siempre es posible. El ajetreado ritmo de vida, las dificultades para conciliar la vida familiar con la vida laboral, el desconocimiento de las etapas del desarrollo infantil y la propia historia personal dificultan este contacto y esta disponibilidad emocional tan importante.
Con frecuencia, el cansancio y las preocupaciones ocupan nuestros pensamientos sin apenas dejar espacio para sintonizar con las emociones infantiles. Y aparece así el sentimiento de culpa. Esta culpabilidad nos lleva a intentar cubrir esa necesidad de presencia con bienes materiales: juguetes, tecnología digital…
El hecho de ser conscientes de esto puede ayudarnos a realizar cambios que repercutirán en el bienestar de los niños. Cambios como pasar más tiempo en familia compartiendo juegos y actividades o dejar de lado las distracciones tecnológicas mientras estamos con ellos facilitarán el contacto emocional con nuestros hijos y en consecuencia, su salud se verá beneficiada.