En los últimos años han visto la luz muchos libros que predican la eficacia de la crianza positiva y sin dramas. Esto crea confusión en muchos padres, especialmente cuando en su entorno se sigue usando el castigo con sus hijos aunque ellos prefieran no hacerlo (empezando por el colegio) o cuando no saben qué hacer para conseguir lo que desean sin amenazas y represalias. En este contexto, en la 123ª Convención Anual de la Asociación Americana de Psicología los especialistas han explicado que castigar a un niño sí puede ser eficaz, siempre y cuando se haga de la manera correcta.
Siento que mi siguiente comentario no sea políticamente correcto, pero seguro que para muchos esto no es ninguna novedad. Ahora bien, ¿qué tipo de castigo es el que resulta eficaz en la educación de un niño? Como verás a continuación, los expertos consideran castigo lo que se conoce como tiempo de espera. Veamos qué piensan los expertos.
Disciplina positiva Vs tiempos de espera
En uno de los simposios de la citada convención, el investigador Robert Larzelere, de la Universidad Estatal de Oklahoma, explicó que las técnicas de disciplina positivas utilizadas por los padres y madres pueden funcionar. Sin embargo, tal y como explica este experto, los programas de crianza para niños problemáticos respaldados científicamente han encontrado que los tiempos de espera y otras tácticas asertivas pueden funcionar si se administran correctamente. La clave está en la consistencia y en no convertir el castigo en la única herramienta.
En su presentación, Larzelere dijo que su equipo de investigación entrevistó a 102 madres que proporcionaron descripciones detalladas de cinco ocasiones en las que tuvieron que disciplinar a sus niños cuando pegaban a otros, protestaban, desafiaban, intentaban negociar o no escuchaban.
Conseguir compromisos era la táctica más eficaz para la mejora inmediata del comportamiento, sin importar el tipo de conducta. El razonamiento fue la siguiente respuesta más eficaz cuando las madres estaban reaccionando levemente a comportamientos molestos, como la negociación o las protestas.
Los castigos, como tiempos de espera o quitar algo, fueron más efectivos que el razonamiento cuando se trataba de un niño que estaba actuando de forma desafiante. Sin embargo, los castigos eran la táctica menos efectiva ante la negociación y el lloriqueo infantil, y el razonamiento no fue eficaz cuando se utilizaba con niños desafiantes o «pegones».
Pero los efectos a largo plazo revelaron un patrón diferente. Cuando las madres fueron entrevistadas dos meses después, las que ofrecieron compromisos con demasiada frecuencia a los niños que pegaban o actuaban de forma desafiante dijeron que sus hijos estaban actuando peor. El razonamiento, sin embargo, fue más eficaz en el tiempo para estos niños, a pesar de ser menos efectivo de forma inmediata. Un uso moderado de los tiempos de espera y otros castigos (menos de un 16% de las ocasiones) dio lugar a un comportamiento mejorado posteriormente, pero solo para estos niños desafiantes.
Utilización correcta de los tiempos de espera

En otra presentación en el mismo simposio, Ennio Cipani, de la Universidad Nacional, dijo que la razón por la que los tiempos de espera no funcionan o son vistos negativamente es porque no se utilizan correctamente. Cipani y sus colegas han podido observar, en tiempo real, los errores frecuentes que los padres pueden cometer en la aplicación del tiempo de espera. Por ejemplo, los padres no deben tomar decisiones llevados por el impulso del momento para utilizar un tiempo de espera. Más bien, deben decirles a sus hijos antes de tiempo qué comportamientos (por ejemplo, golpear, gritar a otros niños) implicarán tiempo de espera y cumplirlo siempre.
«Nuestros hallazgos de casos clínicos han demostrado que el tiempo de espera, usado de forma consistente para ciertos comportamientos y situaciones, reduce significativamente los problemas de comportamiento en el tiempo», dijo Cipani.
Además, desde la psicología conductual, el castigo se entiende como una consecuencia asociada a un comportamiento que reduce su probabilidad de repetirse. Puede ser un castigo positivo (se añade una consecuencia desagradable) o un castigo negativo (se retira algo agradable). Bien aplicado, ayuda a que el niño aprenda que toda acción tiene consecuencias, aunque por sí solo no enseña la conducta alternativa. Por ello se recomienda combinarlo con refuerzo positivo de los comportamientos adecuados.
Terapia de comportamiento infantil

La terapia de comportamiento infantil también puede ayudar a los padres y los niños con continuos conflictos, según David Reitman, de la Universidad Nova Southeastern, y Mark Roberts, de la Universidad Estatal de Idaho. Roberts presentó información sobre el método Hanf de ser padres, basado en el trabajo de Constanza Hanf, que propone una etapa inicial de disciplina positiva (recompensas por buen comportamiento) para, solo si es necesario, pasar a técnicas más autoritativas (tiempo de espera).
Según Roberts, permitir que el niño tenga una segunda oportunidad para cumplir con las instrucciones de los padres ofreciendo una advertencia por el incumplimiento ha demostrado ser beneficioso. Con el tiempo los padres aprenden a dar las instrucciones y la advertencia de manera más eficaz, reduciendo la necesidad de acudir al tiempo de espera.
Reitman sugirió que los padres de niños con desarrollo típico no deberían ver la terapia de comportamiento solo como castigo, sino como una intervención con valor amplio para promover el desarrollo infantil positivo.
Reitman explicó que las personas que critican la acción de los terapeutas a veces no comprenden su esfuerzo por transmitir a los padres el valor de la conexión positiva con su hijo. «Los terapeutas pueden ayudar a los padres a entender el problema, facilitar cambios en el entorno y ayudar a los niños a adquirir las habilidades que necesitan para tener éxito», explicó.
Qué es un castigo desde la psicología y cuándo conviene usarlo
Para la psicología, un castigo es cualquier consecuencia que reduce la probabilidad de que se repita una conducta. Puede ser positivo (se añade algo aversivo, como una multa) o negativo (se retira algo valioso, como un privilegio). No es bueno ni malo en sí mismo; su utilidad depende de cómo y cuándo se aplica, del vínculo con el niño y de si se combina con aprendizaje de alternativas.
Importante: nunca se recomiendan el uso de violencia física, humillaciones o descalificaciones. Estos métodos no son respetuosos, deterioran el apego y no son eficaces. La prioridad siempre es educar desde el respeto y la coherencia.
Cómo ser consecuente cuando se portan mal
Reglas básicas para que las consecuencias realmente eduquen:
- Refuerza lo positivo más que castigues lo negativo. El elogio y la atención a las buenas conductas son más eficaces que cualquier castigo.
- El castigo no enseña por sí mismo lo que sí debe hacerse. Combínalo con modelado, práctica guiada y refuerzo de la conducta adecuada.
- No abuses. El castigo frecuente pierde efecto; el uso ocasional y proporcionado funciona mejor.
- Sin violencia ni humillaciones. No son educativas, generan miedo o resentimiento y dañan el vínculo.
- Evita ganancias colaterales. Si el niño obtiene algo deseable con la consecuencia (por ejemplo, irse de la mesa para evitar una cena que no le gusta), no funcionará.
Cómo usar el castigo de forma adecuada
Apóyate en estas pautas prácticas, ajustadas a la edad y al contexto:
- Valora los motivos del mal comportamiento (cansancio, falta de habilidades, búsqueda de atención) para prevenir y reconducir.
- Permite consecuencias naturales cuando no exista riesgo (si olvida lavar su sudadera favorita, tendrá que llevar otra).
- Aplica consecuencias relacionadas con la conducta (si no cena, no hay postre; si rompe algo, lo repone con sus ahorros).
- Especificidad: corrige conductas concretas, no etiquetes a la persona.
- Inmediatez: cuanto más cercana sea la consecuencia a la conducta, más aprendizaje.
- Consistencia: evita la intermitencia. Si se anunció una consecuencia, se cumple.
- Explica brevemente la razón y la alternativa que esperas.
- Anticípate: avisa de lo que ocurrirá si no se siguen normas claras.
- Sin amenazas ni negociaciones infinitas: comunica expectativas y límites con calma.
- Deja la puerta abierta al buen comportamiento: ofrece oportunidades para reparar y mejorar.

Por qué se utiliza tanto el castigo
Hay razones que explican su uso extendido. Por inercia social y cultural, muchas familias replican lo que vivieron. Además, es más rápido a corto plazo: detiene la conducta inmediatamente, lo que refuerza al adulto porque disminuye su malestar. Esta inmediatez hace que algunos padres vuelvan a usarlo, aun cuando no genere aprendizaje duradero.
¿Qué provoca el castigo en los niños?
Cuando el castigo se usa como herramienta principal, puede provocar resentimiento (lo perciben como injusto), revancha (promesa de «devolverla»), rebeldía (hacer lo contrario) y retraimiento (baja autoestima o esconder conductas). Estas respuestas emocionales interfieren con el aprendizaje y la colaboración.
¿Qué ocurre en el cerebro del niño durante un castigo?
Si la consecuencia activa miedo, el cerebro entra en modo supervivencia (ataque, huida o bloqueo). Aumentan adrenalina y cortisol, dificultando el pensamiento reflexivo. Por eso conviene mantener el vínculo, hablar en voz calmada y enseñar habilidades tras la consecuencia.
Cuándo un castigo puede ser eficaz
Para aumentar su eficacia y reducir efectos indeseados, conviene que sea inmediato, proporcionado y, cuando sea posible, restituyente (relacionado con reparar el daño). Por ejemplo, si un niño rompe algo de un compañero, colaborar a reponer el objeto y disculparse le conecta con el impacto de su acción mejor que prohibiciones generales no vinculadas.
Educación positiva y límites firmes
Educar sin gritos ni amenazas no es permisividad. Supone normas claras, hábitos, diálogo y mucha constancia. El objetivo es que el niño aprenda a razonar, desarrolle autocontrol y sienta que puede reparar y mejorar. El castigo, si se usa, ha de ser una herramienta complementaria y moderada, no el centro de la crianza.
Imágenes – Carl Larsson, Ken Wilcox.
La evidencia disponible sugiere que el tiempo de espera y otras consecuencias pueden ser útiles cuando se aplican con moderación, respeto y en combinación con disciplina positiva, enseñanza de habilidades y refuerzo de lo que sí funciona; así se protege el vínculo y se guía al niño hacia un comportamiento responsable y sostenible.
