Si bien ya habíamos hablado en Madres Hoy acerca de cómo transmitir a los niños la muerte de un ser querido y acompañarles en el duelo, creemos que explicar el suicidio adquiere otra connotación, debido a las reacciones emocionales tan intensas y contradictorias que provoca en los familiares del suicida. Quizás penséis que está de más, pero ¿sabéis cuántas personas se quitan la vida en nuestro país cada año? Unas 4000, desde luego es una cifra importante (aclaro que me también me impresionaría si fueran la mitad). Como sabéis, es la primera causa de muerte no natural (o externa) la segunda entre adolescentes. ¿No se os ponen los pelos de punta?
¿Y qué hace la sociedad ante este que ya es considerado un problema de salud pública? Pues lo oculta, o lo disfraza de “accidente”, incluso se señala como culpable (del sufrimiento que provoca en los demás) al difunto. Parece un chiste, pero es más bien una broma de muy mal gusto. Os cuento: existe una teoría, según la cual “hablar sobre los suicidios” provoca un efecto contagio, sin embargo tiene tintes de leyenda, puesto que carece de base científica. La respuesta más lógica a dar, es la correcta desde el punto de vista de los profesionales de la salud mental; a saber: hablar del fenómeno y diseñar campañas de prevención (sin tapujos, pero también sin alarmismos); parece ser la mejor solución si queremos evitar que las cifras vayan en aumento, incluso si deseamos abordarlo.
Por ejemplo, se podrían aplicar ciertas recomendaciones validadas internacionalmente para que la información sobre estas muertas no apareciera en las portadas, tampoco sería correcto mostrar fotografías o añadir detalles morbosos. En nuestro país coexisten más de un perfil de suicida: varón de entre 50 y 60 años (viviendo solo y sin apoyos), adolescentes (a consecuencia de sufrir bullying, identidad sexual no asumida, consumo de tóxicos, haber sufrido abusos sexuales infantiles), y perpetradores de un asesinato machista. No quiere decir que personas con otras características no se quiten la vida, ni que todos los que presentan similitudes con los perfiles mencionados ideen el suicidio…
Como he anticipado más arriba, mi intención hoy es centrarme en la comunicación a los menores de edad sobre suicidios (en general y más especialmente ocurridos en su entorno). Me he inspirado en este artículo de The Washington Post, y he utilizado varias fuentes de información, entre las que destaco el Departamento gubernamental de Veteranos (Estados Unidos).
Hablar del suicidio con los niños: sin mentiras y aceptando sus emociones.
Aunque una niña o un niño pierdan a un familiar por esta causa, no van a sufrir menos si se les adorna, oculta o re diseña el hecho ocurrido para que no sufran un impacto emocional de consecuencias imprevisibles. Además, cuando hablemos con ellos, será determinante que se cuente con ellos respecto a su participación (¿querrá estar en la ceremonia? ¿querrá visitar el cementerio?); tengamos en cuenta que los rituales mediante los que nos despedimos de los muertos pueden no ser adecuados para ellos. En su lugar podrían preferir escribir una carta, dibujar o quedarse en casa sentados en el sofá y abrazándose a la persona de apoyo.
Antes de continuar me gustaría aclarar que se puede solicitar el acompañamiento o asesoramiento de un psicólogo, que nos pueda guiar en el proceso de comunicar y atender a los peques.
No es culpa de nadie.
Creo que los suicidios son un fracaso de la sociedad, pero descarto la idea de que a las personas implicadas (el suicida y sus amigos o familiares) se les pueda atribuir ninguna culpa; y es precisamente uno de los sentimientos que podrían tener los menores. Aunque también pueden sentirse abandonados, enfadados, confundidos, o inseguros.
Por otra parte, e independientemente de la relación que hubieran mantenido con la persona muerta, lo lógico sería permitir a los niños que se expresen su duelo cómo deseen, incluso que durante momentos intensos como la ceremonia, o preguntas de otras personas, se queden callados. Nos mostraremos muy respetuosos, pero es que no nos debería sorprender que mantuvieran un grado de atención escaso, simplemente por ser niños y estar desarrollándose.
Ya he contado que idealmente nos mostraremos francos y receptivos: hablar directamente y sin tapujos evitará que se enteren por otras personas y que se sientan olvidados. Quien mejor conoce a un peque es su papá, su mamá, el resto de su familia (hermanos mayores, tíos,…), y la persona encargada de contar lo sucedido deberá estar al nivel esperado y explicarse bien teniendo en cuenta la edad, y la capacidad de comprender. Por ejemplo, antes de los 6 años, los niños no suelen saber que la muerte es irreversible, y antes de los 9 / 10 años, probablemente ni siquiera sean capaces de manejar el concepto suicidio.
Es muy importante ser veraces con lo que se transmite, y en las respuestas que se dan: por ejemplo hay formas de morirse, y el familiar que han perdido no es peor persona por haberse quitado la vida; o: el suicidio es un hecho relacionado con la voluntad de morir, pero lo que mata son las lesiones ocasionadas. Pueden ser muy jóvenes para indagar en los motivos que tenía el suicidia (detrás de muchos hechos de este tipo hay una depresión), además probablemente consigamos complicarlo todo más, y no sería justo para la persona que ya no está presente.
No es necesario abrumar con detalles innecesarios, y menos aún si incluyen problemas de relación del familiar con otras personas cercanas o conocidas
El suicidio no es un hecho glamuroso, sino dramático.
Sé que es extraño el subtítulo, yo misma estoy sorprendida. El caso es que a partir de la lectura del artículo en The W.P. me he dado cuenta que ciertamente cuando se suicida una celebridad, prácticamente los medios de información la “encumbran” hasta el punto de perder el Norte, y las cosas no son así: culpables de lo que pasó no, pero tampoco protagonistas en exceso de las portadas (imagino que ellos no lo hubieran querido así). Esto puede quizás ofrecer una idea equivocada a los niños. En cambio cuando se muere alguien más cercano se tienen más preguntas y se siente más angustia, por eso es conveniente estar presentes.
Cambio de comportamiento, de hábitos, emociones confusas… serían normales, pero insisto: nadie sabe si la manifestación es distinta o preocupante, más que el adulto que está acompañando el duelo. La escucha, la aceptación emocional y el afecto serán nuestras mejores armas. Y desde luego pienso que sí que sería necesario contar con un asesoramiento profesional, al menos para que proporcionen unas pautas.