Imagina a tu pareja perdiendo el control y gritándote. Ahora imagina que tu pareja es cuatro veces más grande que ti y que sus gritos son mucho más fuertes que los tuyos. Imagina también que dependes totalmente de esa persona para sobrevivir: comida, refugio, seguridad y protección. También, imagina que esa persona es tu fuente primaria de amor y confianza y quien te proporciona toda la información acerca del mundo. Ahora, reflexiona sobre los sentimientos que acabas de tener y multiplícalo por 1000. Así se siente tu hijo cuando le gritas.
Por supuesto, todos nos enfadamos con nuestros hijos, incluso, a veces, podemos incluso enfurecernos. El desafío es invocar nuestra madurez para que controlemos la expresión de esa ira, y por lo tanto minimizar su impacto negativo en los niños.
La ira es muy aterradora para los niños. Los insultos o el abuso verbal, hablar irrespetuosamente a los niños, hace que los niños sientan miedo y que quede una huella oscura marcada en su personalidad. Los niños que sufren violencia física, incluyendo las cachetadas, se ha demostrado que sufren efectos negativos duraderos que llegan a cada rincón de su vida adulta.
Si tu hijo pequeño no parece tener miedo de tu ira, es una indicación de que él o ella ha visto demasiado de tu enfurecimiento y ha desarrollado defensas contra ella, y en tu contra. El resultado desafortunado es un niño que no se comportará para complacerte y estará más cercano a ser influenciado negativamente por los niños y niñas de su edad. Esto significa que tienes mucho que hacer, como por ejemplo, dejar de gritar a tus hijos y no utilizar ningún tipo de violencia hacia ellos, nunca más. La ira es aterradora para los niños y buscarán maneras de protegerse emocionalmente de ello, aunque signifique alejarse emocionalmente de ti.