La adolescencia es una etapa difícil que supone un reto para cualquier familia. Detectar los factores que desencadenan estrés y ansiedad en los hijos cuando empieza su etapa preadolescente puede ayudarte no solo a entender mejor a tu hijo y a lidiar con él, sino a ayudarle a pasar por esa etapa de la mejor manera posible.
En la adolescencia y preadolescencia es normal que los jóvenes sufra problemas emocionales o de ansiedad. Si llegado a esta etapa tu hijo muestra problemas de depresión o estrés es fundamental que intentes averiguar qué le pasa. No es una tarea fácil que exige de ti un extremo control emocional y una actitud comprensiva y empática. A continuación te cuento algunos posibles factores que pueden generar estrés en adolescentes y preadolescentes. Esto te servirá para prestar atención a los cambios y reacciones de tu hijo y poder estar preparada para ofrecerle la ayuda y apoyo que necesite.
El estrés no siempre es negativo: en pequeñas dosis puede impulsar a los jóvenes a prepararse y concentrarse ante un desafío, y con el apoyo adecuado se convierte en una oportunidad para desarrollar resiliencia. Sin embargo, el exceso o la persistencia del estrés sin recursos para afrontarlo puede afectar a su bienestar físico, mental y social.
La pubertad
Aunque parezca obvio decirlo, es importante recordar que la pubertad es una etapa complicada. ¿Recuerdas la tuya? La pubertad puede hacer que incluso los preadolescentes más seguros de sí mismo se sienten inseguros y torpes.
Los cambios que se sufren con la pubertad pueden causar estragos emocionales. Muchos jóvenes no lo llevan bien, especialmente cuando su físico se ve afectado negativamente. La información puede ayudar a tu hijo a entender que esto es temporal y perfectamente normal. Cuanto más sepa y entienda, menos va a preocuparse por los cambios que está experimentando.

Además de los cambios físicos: aparecen preocupaciones sobre la imagen corporal, comparaciones con iguales y exposición a redes sociales, que pueden magnificar inseguridades. Anticipar estos cambios, hablar de sexualidad de forma saludable y establecer límites digitales ayuda a que el joven sienta seguridad y valide sus emociones.
Problemas familiares
Muchos adolescentes y preadolescentes sufren estrés debido a problemas familiares, como divorcio o separación de sus padres, pérdida de un ser querido, padres en paro o discusiones entre los miembros de la familia, por mencionar algunos.
En estos casos es importante que hables con tu hijos, que le expliques lo que ocurre y que le ayudes a expresar sus sentimientos. Tu hijo debe sentirse querido y seguro a pesar de las circunstancias. Por otra parte, no dudes en acudir a un psicólogo o terapeuta si observas que tu hijo no encaja bien las situaciones familiares.
Otros cambios vitales también estresan: mudanzas, cambios de escuela, dificultades económicas o vivir en entornos poco seguros. Mantener rutinas simples (horarios de sueño, comidas y estudio), informar de cambios anticipados y dedicar tiempo de calidad facilita la adaptación.

Nuevos y crecientes desafíos académicos
La escuela puede ser un lugar estresante y los preadolescentes. Si las calificaciones de tu hijo están cayendo o se resiste a ir a la escuela es posible que esté teniendo problemas para mantenerse al día con sus estudios y mantener sus calificaciones.
Por eso es importante que estés pendiente de sus tareas escolares, que hables con él sobre la escuela y que te intereses por lo que está estudiando. No se trata de que hagas los deberes con él. Pero el hecho de que ya sea mayor para atender a sus tareas de forma autónoma no implica que te desentiendas. Y ante la menor señal de problemas no dudes en concertar una cita con el tutor o profesor para intentar detectar de forma temprana cualquier problema.

En etapas superiores, la presión aumenta: temor al fracaso, asignaturas más difíciles, mayor autonomía, decisiones sobre el futuro académico o laboral y preocupaciones por el acceso a la universidad pueden elevar la ansiedad. Reforzar sus logros, enseñar planificación del tiempo y pedir apoyos escolares cuando sean necesarios reduce el impacto.
Aprovechar el estrés positivo: pequeñas dosis de presión antes de un examen o una exposición pueden motivar. Ayuda a tu hijo a preparar una rutina previa (repaso breve, respiración, checklist de materiales) para transformar la activación en rendimiento y no en bloqueo.
- Miedo a equivocarse: recuerda sus progresos y que el error es parte del aprendizaje.
- Materias exigentes: anima a pedir ayuda al profesorado y usar apoyos disponibles.
- Incertidumbre vocacional: explora opciones académicas y profesionales variadas, sin presiones.
- Pruebas de acceso: planifica con tiempo, infórmate sobre adaptaciones cuando correspondan y favorece que tu hijo participe en las decisiones.
Amistades problemáticas
El círculo de amistades de tu hijo empieza a ampliarse, y ya no lo puedes controlar tanto como antes. Tu hijo no solo conocerá a gente diferente en ambientes que variados, sino que dejará de contarte todo lo que te contaba cuando era un niño. Por otra parte, en este momento tu hijo empezará a discriminar lo que es un compañero de clase o de equipo de lo que es un amigo, y estará expuesto a muchas influencias. Porque todos empiezan a cambiar a la vez y se influyen unos a otros.
Todo esto puede generar conflictos y controversias a las que pueden que tu hijo no sepa enfrentarse o que no encaje bien. El estrés generado por el entorno suele ser muy grande. Por eso es importante que estés atenta, que conozcas a sus amigos y que le ayudes a relacionarse con personas con las que pueda mantener relaciones saludables.
La presión de grupo y lo digital: conviene hablar de límites, respeto y consentimiento. El entrenamiento en habilidades sociales (asertividad, decir “no”, pedir ayuda) y en gestión de redes sociales disminuye riesgos y malentendidos.
Agresiones relacionales y bullying
Es importante que intervengas si piensan que el acoso escolar es un problema y, si es necesario, conseguir que otros adultos intervengan, incluyendo maestros, entrenadores o consejeros involucrados para poner fin a la conducta intimidatoria.

Señales de alerta: cambios de humor, evitar la escuela, pérdidas de objetos, quejas somáticas (dolor de estómago o cabeza), alteraciones del sueño. La coordinación familia–escuela y protocolos claros de intervención son esenciales para cortar la violencia.
Lo que dice la investigación: estudios con cortisol en cabello señalan que participar como víctima o agresor se asocia a mayores niveles de estrés crónico y a conductas de riesgo. Esto refuerza la necesidad de programas preventivos y de apoyo emocional que modulen la respuesta fisiológica al estrés.
Primeras relaciones sentimentales
La preadolescencia y la adolescencia es el momento de iniciar las primeras relaciones sentimentales y empezar a experimentar en el mundo del amor y la sexualidad. Estas primeras relaciones pueden resultar muy estresantes, sobre todo para un joven que aún no está preparado para manejar este tipo de emociones.
Para lidiar con esto es importante hablar con los hijos sobre las relaciones, animarle a que no se implique demasiado o a que no se complique la vida y, sobre todo ayudarle a desarrollar habilidades sociales y aprender a manejar sus emociones para evitar dramas y conflictos innecesarios..
Temas clave a tratar en casa: autoestima, respeto mutuo, límites, consentimiento y cómo manejar un desengaño amoroso. Acompaña sin invadir, valida sus emociones y ofrece estrategias de autocuidado (amigos, deporte, sueño, hábitos saludables).

Señales de estrés en niños y preadolescentes
A veces no identifican que están estresados. Observa cambios físicos, emocionales o de conducta que persistan y limiten su día a día:
- Físicas: disminución del apetito, dolor de cabeza, malestar o dolor abdominal, pesadillas, enuresis, alteraciones del sueño, quejas somáticas sin causa médica.
- Emocionales/conductuales: ansiedad, irritabilidad, llanto, dificultad para relajarse, miedos nuevos o recurrentes, apego excesivo a adultos, agresividad o terquedad, regresiones, rechazo de actividades familiares o escolares.
Cómo pueden ayudar las familias
- Hogar estable y predecible: rutinas sencillas reconfortan y dan seguridad.
- Modela autocuidado: gestiona tu propio estrés de forma saludable; eres su referente.
- Filtra contenidos: limita exposición a noticias o contenidos violentos y conversa sobre lo que ve.
- Anticipa cambios: informa con tiempo sobre mudanzas, nuevas escuelas o ajustes en la rutina.
- Tiempo tranquilo: crea espacios de juego, lectura o naturaleza para desconectar.
- Escucha activa: sin juzgar ni resolver de inmediato; busca comprender y co-crear soluciones.
- Refuerza su autoestima: reconocimiento, afecto y oportunidades de éxito.
- Da opciones: pequeñas decisiones incrementan su sensación de control.
- Movimiento: actividad física regular para canalizar tensión.
- Reconoce señales persistentes: si no remiten, consulta con profesionales.
Cuándo buscar ayuda médica o psicológica
- Aislamiento, tristeza o ansiedad que interfieren con escuela, amigos o familia.
- Problemas académicos sostenidos o rechazo escolar.
- Descontrol conductual, impulsividad o conductas de riesgo.
- Síntomas físicos frecuentes sin explicación médica.
Buenas noticias: la ansiedad y el estrés problemático se pueden tratar. La terapia cognitivo conductual ayuda a cambiar pensamientos, practicar exposición gradual y aprender técnicas de relajación (respiración, relajación muscular, diálogo interno positivo). En algunos casos, profesionales pueden valorar fármacos como ISRS dentro de un abordaje integral. La combinación de apoyos familiares, escolares y clínicos suele ofrecer mejores resultados.
Tipos de estrés y cómo gestionarlos
Estrés positivo: breve, ligado a retos; útil si hay apoyo. Enséñale a prepararse sin hacerlo por él.
Estrés por acontecimientos vitales: divorcio, duelo, mudanzas o cambios escolares. Incrementa apoyo, comunicación y rutinas; explica qué esperar y cómo afrontar.
Estrés crónico: cuando el malestar persiste semanas. Potencia seguridad emocional, habilidades de afrontamiento y actividades placenteras. Busca ayuda profesional si no mejora.
Estrés traumático: violencia, amenazas o accidentes. Acompaña con escucha y calma, valida emociones, genera sensación de seguridad y consulta con especialistas en trauma.
Comprender qué estresa a los preadolescentes, reconocer sus señales y actuar con empatía y organización marca una gran diferencia. Con información clara, rutinas estables, habilidades de afrontamiento y una red de apoyo entre familia, escuela y profesionales, la etapa preadolescente puede transformarse en un periodo de crecimiento y aprendizaje en el que el estrés deje de ser un enemigo y se convierta en un impulsor de desarrollo saludable.