¿Por qué mi hijo no quiere compartir sus juguetes? Claves prácticas y estrategias respetuosas basadas en el desarrollo

  • Compartir no es innato: se aprende con maduración, modelado y práctica respetuosa.
  • Evita obligar y valida emociones; usa turnos claros, anticipación y juguetes “especiales”.
  • Modela en casa, promueve experiencias cooperativas y media sin tomar partido entre hermanos.
  • El objetivo no es compartir siempre, sino aprender a discernir con empatía y asertividad.

niños compartiendo juguetes

Nuestro hijo nos pide que lo llevemos al parque de juegos junto a un muy buen amigo del jardín maternal. Accedemos a su demanda, pero debemos esperar varios días puesto que no para de llover. Después de acumular ilusión y expectativas, finalmente llega el momento tan deseado. La mamá de su amigo se ha ofrecido gustosa a acompañarnos.

Los niños juegan tranquilos en la arena con sus baldes, rastrillos y palas. De pronto, comienzan los tironeos por el balde azul. Ninguno de los dos está dispuesto a cederlo. Descubrimos que nuestro hijo es el propietario del juguete y le pedimos que se lo preste a su amigo. Se niega enfáticamente y nosotros nos sonrojamos y no sabemos qué hacer. Unos minutos más tarde el balde azul quedará abandonado en la arena y el conflicto sobrevendrá por la pala roja. Comenzamos a preguntarnos: ¿es nuestro hijo egoísta por naturaleza?, ¿estamos errando como padres, equivocándonos en su educación?, ¿cómo debemos reaccionar?

Cómo hacer que mi hijo comparta sus juguetes
Artículo relacionado:
Cómo hacer que mi hijo comparta sus juguetes

por qué mi hijo no comparte

La afirmación de sí mismo

Ante todo debemos recordar que entre el segundo y el tercer año de vida, se produce el nacimiento de la propia identidad del niño. Si los bebés no son capaces de distinguir con claridad entre ellos mismos y el resto del mundo, poco a poco irán estableciendo esa diferencia. Primero podrán reconocerse en el espejo o en una fotografía; después explorarán su cuerpo y lo distinguirán de los objetos externos; más tarde aprenderán a diferenciar a las personas y a reconocer su propio nombre.

Alrededor de los dos años, el niño comienza el proceso de autoafirmación. Una de las palabras que protagoniza sus días es “yo”. Aunque no siempre la pronuncie, tiende a delimitar con sus acciones la frontera entre su propia persona y la de los demás. Juega fundamentalmente solo y, cuando hay otros niños, juega junto a ellos, pero pocas veces con ellos.

Por otro lado, oponiéndose, reafirma su identidad. Si se dejase llevar por lo que le dicen los adultos, no llegaría a saber si tiene deseos o intenciones propias. El modo más claro de sentir que tiene una voluntad propia y diferenciada de las otras personas es diciendo “no”. Los gestos de negación van acompañados de obstinación y rebelión, también característicos de esta edad: no quiere comer, se pelea con otros niños o rompe juguetes.

En este periodo, el juego es mayoritariamente juego en paralelo: conviven, se observan y se imitan, pero aún no han consolidado turnos, normas comunes ni metas compartidas. Por eso, pedir que compartan un objeto valioso puede resultarles abrumador.

Además, la corteza prefrontal —encargada del autocontrol, la planificación y las habilidades sociales— está en desarrollo. Las funciones ejecutivas maduran gradualmente, y con ellas la capacidad de esperar, negociar, regular la frustración y ponerse en el lugar del otro.

por que a los niños les cuesta compartir

Egocentrismo antes que egoísmo

Este proceso de afirmación de la propia identidad va acompañado de un conjunto de experiencias que ha vivido y sigue viviendo, que hacen sentir al niño como el centro del universo. Desde su nacimiento ha visto satisfechas todas sus necesidades; sus padres han cuidado de él hasta en los más pequeños detalles y le han dado todo su amor, cariño y comprensión. La sensación de ser único, irrepetible y atendido fomenta un egocentrismo creciente. Esta característica debe ser tomada como una fase normal del desarrollo de su personalidad y no como una cualidad negativa.


Su propio desarrollo intelectual y experiencias tales como el nacimiento de un hermano o la convivencia con otros niños en un jardín maternal le hacen comprender, poco a poco, que no está solo en el mundo y que existen otros que también son cuidados y mimados como él mismo. Su reacción ante esta comprobación puede ser defensiva, alimentando temporalmente su egocentrismo.

La investigación del desarrollo indica que compartir no es innato, es una habilidad aprendida que se construye con el tiempo. Antes de comprender turnos, reciprocidad o tiempo, el niño protege sus pertenencias porque equivalen a seguridad.

También influyen el vínculo y el contexto: los niños tienden a compartir más con personas cercanas o cuando la situación social lo sugiere. Las normas del entorno y la confianza modulan mucho su conducta de compartir.

hermanos y compartir juguetes

El sentido de la propiedad

El niño sabe muy bien lo que es suyo, pero también quiere hacer suyo lo que poseen los demás. De allí que no sólo no está dispuesto a prestar sus cosas sino que, además, arrebata sin esperar consentimiento las pertenencias de otros niños o de los adultos que lo rodean.

Por otro lado, todavía no es capaz de ponerse en el lugar del otro o aceptar que existen otros puntos de vista o pensamientos que no son los suyos. Por eso se encapricha, por ejemplo, cuando su abuela no le quiere prestar un anillo que es un recuerdo familiar. Le anuncia que no la quiere más y se retira enfadado sin escuchar las explicaciones de su ser querido. Su interpretación es literal e inmediata: si algo se va de sus manos, teme que no vuelva.

Comprender turnos y temporalidad lleva tiempo. Frases como “déjaselo un ratito” o “ahora le toca a tu amigo” pueden resultar complejas, porque el concepto de tiempo es aún difuso. Requiere acompañamiento, calma y propuestas concretas.

Una estrategia útil es definir con antelación qué juguetes son “especiales” (se guardan y no se comparten) y cuáles son “para compartir”. Anticipar reduce ansiedad y previene disputas en visitas o tardes de juego.

¿Qué conviene hacer en estas situaciones?

  • Ante todo, no obsesionarse con el tema ni pensar que nuestro hijo es “malo” por naturaleza. Evitar etiquetas protege su autoestima.
  • Comprender que el niño está atravesando una fase más en su desarrollo, la cual irá desapareciendo con el tiempo. La madurez es gradual.
  • No mostrar reacciones extremas: ni absoluta permisividad, ni castigo constante. El equilibrio educativo es clave.
  • Esperar a que la propia evolución psicológica del pequeño a través de sus experiencias con otros niños, le demuestre los beneficios de compartir juegos y objetos y de pedirlos antes que tomarlos directamente. La experiencia social enseña mucho.
  • Ejercitar la paciencia, la comprensión y la educación con espíritu positivo de nuestros hijos. La calma adulta regula.
  • Ser conscientes de que no se trata de un proceso fácil ni rápido, sino que se produce de manera gradual y constituye una etapa más de la adaptación del niño al medio social. Tiempo y acompañamiento.
  • No obligar a compartir: forzar genera resistencia y asocia compartir con malestar. Mejor modelar y proponer alternativas.
  • Validar emociones: “Veo que te cuesta dejar tu coche. Cuando termines, podemos avisar a tu amigo”. Nombrar lo que siente calma.
  • Usar turnos claros: temporizador o reloj de arena. Cada niño juega el mismo tiempo; así se entrena la espera y la equidad.
  • Intervenir solo por seguridad: si aparece empujón o golpe, se separa y se ofrece otra actividad. Sin juicios, sin humillar.
  • Preparar las visitas: guardar juguetes “tesoro” y dejar a mano los “compartibles”. Anticipar reglas sencillas antes de jugar.
  • Modelar en casa: mostrar cómo prestamos y pedimos las cosas (“¿Me lo prestas, por favor?”) inspira imitación positiva.
  • Potenciar experiencias compartidas: manualidades a dúo, lectura por turnos de páginas o paseos en los que se coopera.
  • No hacer de juez: evitar tomar partido sistemáticamente o buscar culpables. Guiar para que piensen soluciones juntos.

Cómo enseñar a compartir sin obligar

Compartir se aprende practicando habilidades previas: empatía, turnos, cooperación, paciencia y sentido de justicia. Se puede entrenar con actividades sencillas y juegos estructurados.

Propuestas que funcionan: hacer una manualidad por partes (cada uno aporta un tramo), pintar un dibujo “sorpresa” doblando el papel por secciones, o leer un cuento alternando páginas. Los turnos tangibles y visibles ayudan a interiorizar el ritmo compartido.

También es útil realizar “ensayos de cortesía” o pequeños teatrillos de pedir y prestar, típicos de metodologías como la educación Montessori. Ensayar frases y gestos en un ambiente tranquilo da seguridad para la vida real.

Además de objetos, se comparte el tiempo y la atención: cocinar juntos, regar plantas, montar una construcción cooperativa. Compartir experiencias siembra el valor sin centrarse solo en lo material.

Los cuentos, cortos y películas con valores pueden abrir conversaciones. Títulos como “¡Mío! No siempre es fácil compartir”, “¿Me lo prestas?” o “No quiero compartir” permiten hablar de situaciones cotidianas. Leer, ver y dialogar consolida aprendizajes.

Entre hermanos: mediar sin tomar partido

Con hermanos, lo primero es considerar la etapa de cada uno. Esperar unos minutos puede permitir que negocien solos. Si el conflicto escala, se retira el objeto “neutro” y se dialoga para pactar un uso alterno.

Si el objeto es claramente de uno, no conviene obligar a compartirlo. Se puede animar a que ofrezca una alternativa voluntaria y, en paralelo, trabajar la tolerancia a la frustración del hermano que desea el juguete.

Tras el suceso, se atienden las emociones de ambos: satisfacción, enfado, tristeza. Nombrar y validar ayuda a procesar y reduce futuras explosiones.

Evitar etiquetas como “egoísta” o “siempre quitas las cosas” es fundamental. Las comparaciones y juicios dañan el vínculo fraterno y alimentan rivalidad.

Un recurso práctico es el “lenguaje puente”: el adulto traduce lo que uno quiere decir al otro sin ponerse de parte de nadie, y guía la búsqueda de soluciones. El foco pasa del culpable a la solución.

Errores comunes que dificultan compartir

– Arrebatar el objeto de las manos para “enseñar a compartir”: modela precisamente lo contrario. La coherencia adulta importa más que el discurso.

– Obligar a ceder “porque sí”: genera resentimiento y hace que el niño comparta por miedo o presión. La motivación interna es el objetivo.

– Usar vergüenza pública (“delante de todos, préstaselo”): hiere la autoestima. Corregir en privado y con respeto protege el aprendizaje.

– Ignorar los “juguetes tesoro”: no distinguir entre especiales y compartibles dispara conflictos evitables. La prevención es parte de educar.

– Comparar con otros niños: “Mira cómo sí comparte tu primo”. Las comparaciones no enseñan; desconectan y hieren.

Beneficios de aprender a compartir

A medida que madura, el niño descubre que compartir tiene retornos positivos: empatía, asertividad, cooperación, integración social y amistad. También aprende a pedir, a respetar turnos y a negociar con justicia.

La clave no es que lo comparta todo y siempre; ningún adulto lo hace. Se trata de distinguir qué, cuándo, cómo y con quién, respetando límites personales y de otros. Ese discernimiento se construye con práctica y guía sensible.

BIBLIOGRAFIA
Eva Bargalló Chaves, “El tercer año de vida”, Nacer y crecer. El mundo de tu hijo paso a paso, Barcelona, Salvat, 2000, Tomo XV.
Luciano Montero, La aventura de crecer. Claves para un saludable desarrollo de la personalidad de su hijo, Buenos Aires, Planeta, 1999.

Si alguna vez tu hijo se niega a prestar su balde azul o su pala roja, recuerda que no es una cuestión de maldad ni de mala educación. Es una etapa en la que se está afirmando, aprendiendo a regularse y a comprender a los demás. Con límites claros, modelado respetuoso, oportunidades de práctica y mucha paciencia, acabará compartiendo de manera auténtica y con alegría.