¿Qué responsabilidad tenemos los adultos en la prevención y erradicación del bullying?

Padre hablando con su hijo

Como bien sabéis,  hoy se ha celebrado el día del bullying, una lacra social que nos afecta a todas y todos, sin importar si tenemos niños a nuestro cargo. Al fin y al cabo una sociedad sana debiera en su conjunto velar por los cuidados y protección de las criaturas, no porque sean ‘el futuro’, sino porque son parte importante de los distintos entornos en los que nos movemos, y además en muchos sentidos (y dependiendo de la edad) carecen de la autonomía necesaria para valerse por sí solos.

Las niñas y los niños nos aportan muchísimo, y de hecho, ‘echo’ mucho en falta que se les permita participar más en la sociedad. Con sus ideas y energía, tendríamos mayores oportunidades para mejorar relaciones humanas, e incluso descubrir nuevas formas prácticas y saludables de distribuir los espacios urbanos, por poner dos ejemplos. Pero volvamos al tema que nos ocupa, y me ocupo ya de desenrollar esta especie de ‘madeja en la que os he metido casi sin querer (¿o no?). El bullying no son cosas de niños, el bullying no sólo es problema de maestros y familias, el bullying es en parte reflejo de un mundo adulto que aparenta perfección pero está algo podrido por dentro.

Los adultos como espejo y como ejemplo

Alguien dijo en alguna ocasión (puede que fuera Einstein como se asegura por ahí, puede que no) que «el ejemplo no es una forma de educar, ES LA ÚNICA», y realmente si deseamos ser coherentes, nuestros mensajes verbales deberían ir en consecuencia con nuestros actos, nuestro comportamiento, tanto en casa como en la calle, o en cualquier otro lugar.

Los más pequeños (y no sólo ellos, cualquier otra persona distinta a ti o a mi) se miran en nosotros y del reflejo que ofrecemos pueden sacar muchas conclusiones, amén de la importancia socializadora que tienen las personas mayores más cercanas. Ocurre también al revés, existe una cierta reciprocidad, porque mirando a mis hijos, me doy cuenta de la belleza de sus actos, aunque también de mis errores con ellos.

¿Y cuál es el ejemplo que les damos?

Niño enfadado

No voy a decir que cada una de nosotras, seamos maestras, madres, abuelas, o cualquier persona que tenga una función educativa (o no) con menores de edad, no intente hacerlo lo mejor posible. Lo que ocurre es que a veces se nos pierden detalles, y no ofrecemos una visión de conjunto.

Por ejemplo: «yo podría haber repetido cientos de miles de veces a mis hijos» que no se responde a las provocaciones, para evitar conflictos…; lo cierto es que creo en ello, pero ¿qué pasa si después me ven saltando a la mínima cuando ‘creo’ que alguien me discute o me provoca? ¿qué excusa tengo yo para NO predicar con el ejemplo? ¿es más lícito saltarme la norma porque soy adulta?

¿Es el modelo adulto en la sociedad actual el más sano y equilibrado?

Teniendo en cuenta que transmitimos queriendo o sin querer valores muy equivocados como la violencia, la competitividad, la falta de empatía, la malicia, etc., yo diría que más bien tenemos mucho por mejorar, aunque lo cierto es que todo se puede andar, y todas y todos tenemos la inmensa suerte de poder transformarnos y avanzar (si se quiere, claro está).

Comportamientos con los peques que podrían predisponer a actitudes poco sensibles con los compañeros

Hay quien asegura que aquí está el meollo de la cuestión. Veréis: si desde que son bebes se desatienden sus necesidades más básicas; si no se les dedica el tiempo suficiente para que tengan claro que son importantes (olvidaros del tiempo de calidad); si no se validan sus sentimientos, sus emociones, sus logros; si se les trata mal verbal o físicamente; si se les humilla; si pasamos por alto sus opiniones… ¿en qué se transformará la enorme sensibilidad y esperanza con la que un niño viene a este mundo?

En definitiva, creo que no les atendemos con el ‘cuidado’ y delicadeza que se merecen, teniendo en cuenta el momento evolutivo en el que se encuentran; y desde luego estoy generalizando, pero también me exijo a mi misma más empeño para mejorar como persona y como madre, porque solo si yo cambio, ellos creerán en el ‘cambio’ y lo perseguirán.


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