La vista impulsa gran parte del aprendizaje infantil y, aun así, solemos pensar que un peque es demasiado chico para una revisión completa. En la infancia, los problemas visuales son frecuentes y hasta 1 de cada 5 menores puede padecerlos, por lo que conviene adelantarse y no dejar pasar los controles clave por edad.
Aunque el crecimiento, las vacunas o la alimentación ocupan nuestra agenda, el control del sistema visual debería estar a la misma altura. Optometristas y oftalmólogos recomiendan establecer cribados desde muy temprano, porque la maduración visual es muy plástica al inicio y cualquier retraso en diagnosticar puede afectar a lectura, atención, conducta y autoestima. Además, si aparece una patología, el circuito ideal es diagnóstico optométrico y, de ser necesario, derivación al oftalmólogo para tratar sin demora.
Desarrollo de la visión por edades
El desarrollo visual arranca al nacer y progresa con rapidez durante la primera década, consolidándose alrededor de los 10 años. A los 2-3 años ya es posible valorar la agudeza visual con fiabilidad, que por entonces aún ronda la mitad de la del adulto. Entre los 4 y 6 años se alcanza la agudeza adulta en condiciones normales, y hacia los 8 años se cierra la ventana de máxima plasticidad cerebral para la visión binocular.
Durante los 0 a 4 meses, los bebés distinguen grandes contrastes y enfocan a unos 20-30 cm. Identifican pronto rostros familiares y responden fenomenal a juguetes de alto contraste, como sonajeros y móviles con colores vivos; el rojo suele ser de los primeros tonos que llaman la atención. Alrededor de los 5 meses ya reconocen la mayoría de colores.
Entre los 4 y 10 meses se afianza la visión en profundidad y mejora la coordinación ojo-mano. Hacia los 6 meses puede estimarse cerca de un 20% de la capacidad visual madura, y a partir de los 8 meses la conexión entre lo que ven, cómo se mueven y lo que recuerdan crece a toda velocidad.
Entre 10 meses y 3 años, la percepción de profundidad se refina, los peques empiezan a identificar colores, formas y poco a poco letras y números. Los centros de actividades, libros táctiles y juegos que mezclan texturas y colores estimulan su coordinación y visión binocular sin forzar.
Entre los 3 y 6 años, la agudeza visual se aproxima a la del adulto (habitualmente completa hacia los 4-6 años) y tenemos un margen de oro para pulir habilidades visuales y motoras. Rompecabezas, construcciones, juegos de memoria o de patrones ayudan a fijar atención, figura-fondo y velocidad visual. En torno a los 6 años suelen aparecer algunos errores refractivos, con la miopía como invitada frecuente.
Si se prescriben gafas en esta etapa, conviene enseñar rutinas de cuidado. Limpiar los cristales con agua y jabón neutro y secar con paño de microfibra (evitando la camiseta o el papel), sujetarlas por la montura y guardarlas siempre en su estuche reduce rayados y desajustes.
Más allá de la etapa preescolar, en primaria y especialmente en la adolescencia hay que mantener la guardia. Los cambios de graduación, sobre todo de miopía, pueden acelerarse entre los 12 y 16 años y requieren revisiones periódicas; la práctica deportiva y la vida social agradecen una visión estable y bien corregida.
Una cuestión que inquieta a muchas familias es el efecto de las pantallas. El trabajo de cerca prolongado favorece la fatiga y se asocia a progresión de la miopía en predispuestos. Lo sensato es limitar el uso recreativo, adaptar ergonomía e iluminación y descansar de 5 a 10 minutos por cada hora de cerca mirando a media-larga distancia.
En bebés y niños pequeños, el pediatra suele revisar los ojos antes del alta hospitalaria. Aunque los problemas serios son poco frecuentes al inicio, el globo ocular es más pequeño que el del adulto y está en pleno cambio, por lo que los controles de salud infantil son la ocasión perfecta para el cribado visual.
También conviene recordar que los signos pueden ser sutiles. Un peque que ve borroso se esfuerza más, se cansa y puede mostrar inatención o dolor de cabeza. Incluso su carácter puede parecer más retraído por evitar actividades que no ve con nitidez. Detectarlo pronto mejora su rendimiento y su bienestar emocional.

Revisiones, pruebas y frecuencia recomendada
Los controles visuales pueden realizarlos distintos profesionales en el marco de un cribado: pediatra, médico de familia, optometrista u oftalmólogo, además de programas escolares o comunitarios. Si el cribado detecta dudas o el peque no colabora, el paso siguiente es un examen oftalmológico completo con dilatación pupilar, que permite ver con detalle las estructuras oculares y diagnosticar.
En recién nacidos, se examinan reflejos y señales generales de salud ocular. Si hay prematuridad, signos de enfermedad u antecedentes familiares de patología infantil (por ejemplo, catarata congénita, glaucoma o retinoblastoma), se prioriza la evaluación por un oftalmólogo pediátrico.
Entre los 6 y 12 meses, el control suele integrarse en la revisión del niño sano. Se comprueban reflejos, fijación, seguimiento, alineación y motilidad ocular. A partir de los 12 a 36 meses puede utilizarse cribado fotográfico o fotorrefracción, que con una cámara especializada identifica factores de riesgo de ambliopía o errores refractivos significativos.
Entre los 3 y 5 años, la agudeza visual y la alineación se pueden valorar de forma fiable. Se usan optotipos adaptados a la edad (símbolos o figuras), como los de Lea o HOTV, para evitar depender de que el peque sepa letras. Si no alcanza la agudeza esperada o hay sospecha de estrabismo, se deriva para estudio completo.
Desde los 5 años en adelante, las pruebas se parecen más a las de adultos, con adaptaciones. La miopía es el problema más habitual en esta franja; las gafas la corrigen de forma efectiva, y el seguimiento ayuda a controlar su progresión.
En cuanto a la periodicidad, las sociedades científicas y la experiencia clínica apuntan a un esquema flexible según riesgo y hallazgos. Una primera evaluación puede realizarse entre los 12 y 18 meses si hay dudas, y en niños sanos, colaborativos y sin síntomas, muchos especialistas sitúan un control clave a los 4 años. Si todo es normal, revisiones cada 2-3 años pueden ser suficientes; con miopía, hipermetropía o astigmatismo, el seguimiento debe ser más estrecho.
El tipo de pruebas también varía con la edad. En los más pequeños se emplean métodos de preferencia de la mirada (Teller o Cardiff), donde el bebé señala de forma espontánea la presencia de rayas o patrones. Cuando ya colaboran, se pasa a optotipos con figuras o letras y, a partir de los 6 años, a test convencionales. Los protocolos integrales incluyen agudeza lejana y próxima, visión del color, refracción (dioptrías), coordinación binocular y capacidad de enfoque a distintas distancias.
Algunas ópticas han desarrollado protocolos infantiles muy completos. Estos circuitos valoran de forma global la función visual y permiten detectar errores de refracción, problemas de acomodación o de coordinación y, ante cualquier signo de patología, activar la derivación al especialista en oftalmología pediátrica.
¿Por qué insistir en no saltarse los controles? Por tres motivos potentes. Primero, porque una gran parte del deterioro visual se evita si se detecta a tiempo (ambliopía, miopía o astigmatismo avanzan menos si se tratan pronto). Segundo, porque los problemas visuales impactan en la atención y el aprendizaje, y corregirlos mejora el rendimiento. Y tercero, porque ver bien mejora la participación social y la autoestima, especialmente en edades sensibles.
Conviene además conocer señales que levantan la ceja. Si detectas alguno de estos signos, pide cita:
- Desviación de uno o ambos ojos, continua u ocasional.
- Lagrimeo persistente, secreción al despertar o enrojecimiento frecuente.
- Parpadeo excesivo, frotarse mucho los ojos o sensibilidad intensa a la luz.
- Quejas de visión doble, dolores de cabeza al fijar o cansancio al leer.
- Acercarse demasiado al libro o a la tele y dificultad para reconocer figuras a distancia.
En el examen completo, si aparece patología, se pauta tratamiento. La ambliopía (ojo vago) requiere corregir la graduación y estimular el ojo más flojo, a menudo con parche o, si no se tolera, con gotas que penalizan temporalmente el ojo dominante. Cuando hay estrabismo, algunos casos se corrigen con gafas y terapia visual; otros precisan cirugía, según evaluación individual.
Los errores de refracción son muy comunes. La hipermetropía fisiológica es frecuente al inicio de la vida y suele reducirse con el crecimiento; si es alta o asimétrica entre ojos, puede generar fatiga, dolor de cabeza o favorecer estrabismo y ambliopía, por lo que se corrige con gafas. La miopía puede aparecer a cualquier edad, con pico entre 12 y 16 años, y tiende a crecer en los primeros años tras el diagnóstico. El astigmatismo, por su parte, suele ser congénito y estable, y provoca visión borrosa de lejos y de cerca con dolores de cabeza asociados.
Además, existen cuadros que requieren atención temprana. Los glaucomas congénitos, cataratas infantiles y algunos estrabismos deben detectarse y tratarse cuanto antes. En neonatos, pueden verse conjuntivitis específicas y, en lactantes, obstrucción congénita del lagrimal. En escolares con alergia y rascado intenso, conviene vigilar signos de queratocono, una afección corneal que deforma la visión y puede progresar con rapidez.
La realidad asistencial no siempre acompaña: la atención pública en oftalmología pediátrica puede estar saturada. Por eso, coordinar el cribado con el optometrista y mantener comunicación con el pediatra acelera derivaciones y evita retrasos en casos que lo necesitan de verdad.
Si buscas referencias de atención especializada, en ciudades como Barcelona hay centros de oftalmología pediátrica con amplios horarios. En la zona de Gràcia, por ejemplo, hay consultas con atención de lunes a viernes y acceso sencillo en transporte público; antes de ir, conviene confirmar disponibilidad de cada especialista y las pruebas que realizarán.
Y si te apetece ampliar con documentos técnicos, hay recursos de prevención y cribado disponibles en línea. Puedes consultar esta guía práctica para familias y profesionales: Guía de cribado visual pediátrico (PDF).

Para terminar con consejos prácticos: prepara al peque explicándole que la revisión es un juego con pruebas cortas y nada molestas; durante el examen, evita comentarios que puedan presionarle (como pedirle que se esfuerce más); y reserva una hora en la que no llegue cansado. Elegir siempre al profesional más adecuado para su edad y características hace el proceso más ameno y preciso.
La salud visual infantil se cuida por etapas, combinando cribados periódicos, pruebas adaptadas a la edad y vigilancia de señales de alerta. Detectar y tratar a tiempo reduce la ambliopía, frena la progresión de errores refractivos, evita tropiezos en el aprendizaje y refuerza su confianza. Pantallas con cabeza, descansos regulares, gafas bien ajustadas y un equipo de profesionales de referencia son la mejor inversión para que vean el mundo con toda su nitidez.