Tienes que recordarte que las consecuencias son regalos disfrazados, no un abandono de tu «deber» maternal de proteger a tus hijos de los desafíos. El fracaso es necesario para que los hijos aprendan de sus propios errores, mejoren y evolucionen.
Hay días en los que tienes que dejar de intentar sobreprotegerlos con cada gramo de tu ser. En esos momentos, acuérdate a ti misma que tienes que dar un paso atrás y visualizar en quién quieres que se conviertan tus hijos: adultos ingeniosos, seguros de sí mismos, independientes y competentes.
Tienes que recordarte que aprendiste lecciones en tu vida al cometer errores. Se te permitió fallar y eso te hizo responsable de tus acciones y pudiste desafiarte a ti misma hasta que lograste avanzar. No solo aprendiste a lidiar con los contratiempos y los fracasos, sino que también recibiste una lección (o unos pocos cientos) de perseverancia y resolución de problemas.
Recuérdate que tus hijos deben saber que está bien cometer errores siempre que reconozcan esos fracasos y aprendan de ellos. Solo se volverán más resistentes e ingeniosos si fracasan. Cuando se sientan cómodos cometiendo errores, aún hay mucho que trabajar para que realmente avancen en su aprendizaje ante la vida.
Todavía estamos trabajando en los conceptos de ‘lo que hemos aprendido y lo que haríamos de manera diferente la próxima vez’, poco a poco, sin prisa pero sin pausa,… Por ahora, asegúrate de que haces lo que puedes cada día por el bien de la educación de tus hijos. Enséñales que cometer errores está bien, siempre que se aprendan de ellos para no volver a caer en la misma piedra dos veces, o no hacerlo de la misma manera.
No es querer que fallen tus hijos en la vida, ni mucho menos. Simplemente es entender que deben fallar para desarrollar habilidades vitales para tener éxito en la vida. Aunque a veces te cueste no ayudarles, es necesario no hacerlo pero observar lo que sucede de cerca.